jueves, agosto 11, 2005

Robin Cook o la heroicidad de la coherencia interna.

En medio de la bajada de tráfico de personal que el estío ha provocado en la ciudad de Getafe y singularmente en el campus universitario, me dispongo a evitar que la entrada que siga a la del último día antes de vacaciones, sea la del primer día despúes de vacaciones, utilizando para ello el espacio del blog que la Uapera L con una actitud de protervia suma no utiliza, y que parece tampoco querer ser ocupado por el Uapero J.
Y realmente son muchos los asuntos que últimamente me han venido a la mente, por no ser demasiado canso con los que ya me escuchan o me sufren en persone, obviaré la cantidad de referencias a Blade Runner que durante estos días he alumbrado en medio de la redacción de las reflexiones propias que sobre esta película le había prometido a mi amiga Vanessa. Tampoco he querido aumentar el coñazo que los medios (como se ve que al margen de los incendios e intoxicaciones alimentarias el verano estimula la martilleante pesadez de los periodistas) están dando al vuelo del Discovery (esos transbordadores espaciales están acabadísimos tras las explosiones del Challenger y del Columbia), sino que me gustaría escribir unas líneas acerca de la reciente muerte de Robin Cook.
Este personaje, uno de los valores destacados del laborismo inglés y ex ministro de exteriores pertenece a ese raro, escaso (aún más entre los políticos)y admirable grupo de personas que en su actitud vital mantiene un aceptable nivel de coherencia entre sus ideas, sus palabras y sus actos. Este hombre, sin haber sido nunca un revolucionario fascinado por el reflejo de rebeldía (fácil o difícil, no sabría enjuiciarlo con acierto) del 68 (nada que ver con unJack Straw superlaborista que se marchó al Chile de Allende y llevó el pelo largo y seguramente se manifestaría por la legalización de la marihuana, pero que luego no tuvo incoveniente en soltar a Pinochet "por razones humanitarias" en cuanto el fantasma de deterioro de los intereses económicos británicos empezó a aparecer, el mismo que en calidad de ministro del interior defiende sin inmutarse la orden (muy sharoniana y muy tejana por otra parte) de disparar a todo lo que se mueva y de invertir la habitual presunción de inocencia, por la de culpabilidad). Tampoco fue Robin Cook un antiimperialista radical ni un ecologista señero (era el ministro de exteriores que nos toreó con el Tireless), sino que simplemente defendió unas ideas (algunas de la cuales no comparto) con coherencia y con la verdad por delante. Por eso cuando aquellas semanas en las aquellos mercenarios de la mentira representaron aquel sainete malo de las armas de destrucción masiva, de la amenaza para la humanidad, del factible ataque iraquí al corazón de Inglaterra en pocas horas, etc., etc., Robin Cook dijo que no podía ostentar responsabilidades en un gobierno que hablaba tan ligeramente de la guerra apoyado en mentiras y embustes, en consecuencia dimitió.
Dejó el poder, desde la ostentancia y sin que nadie se lo pidiera o lo exigiera (no como los ministros españoles de la corrupción del último gobierno González que dimitían cuando ya los escándalos de corrupción le llegaban a las cejas; con la excepción casi única de Manuel Pimentel) y lo hizo además ejemplificando su condición de una de las últimas joyas de la oratoria y del parlamentarismo británico, hablando claro (algo que por otra parte en lengua inglesa es mucho más fácil que, por ejemplo en español o en francés, ay esa langue du bois tan de los cachorros de la ENA!). Lo hizo además enfrentándose como diputado a ese atajo de canallas (los fontaneros de Downing Street, igual de siniestros que los aznaritas o los felipistas y -probablemente también zapateritas- fontaneros de la Moncloa), que capitaneados por Alaistair Campbell llevaron al suicidio al Doctor Kelly (todo un Séneca moderno en el gobierno de un Nerón con sonrisa contemporáneo, como magistralemente y sorprendentemente vio Pedro Ramirez en un editorial de esos días) y pusieron contra las cuerdas a la BBC.
Por eso, por simplemente haber seguido una estrategia coherente, más cuando en estos tiempos de lógica intrumental omnímoda ello supone casi una acto de heroicidad, y en un campo tan poco dado al respeto a fustes éticos de calado como es la política, mi sincera admiración. Requiescat in pacem.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Sin animo de ofender ni parecer que busco nimiedades en una columna impecable, por otra parte, quisiera aclarar que el Sr. Pimentel fue ministro de Trabajo en el primer gobierno de Aznar y que cuando dimitió solamente era el lider de su partido en la provincia de Jaen. Por todo lo demas, impecable

14/8/05 19:58  
Anonymous Anónimo said...

No lo puedo asegurar a ciencia cierta, pero creía recordar que Pimentel sí era ministro de Trabajo cuando dimitió, y el año de legislatura que faltaba pusieron para sustituirle a la secretaria de estado de Asuntos Sociales, Amalia Gómez. Lo miraré. Gracias.

14/8/05 21:05  
Anonymous Anónimo said...

Tenía yo razón en la entrada, aunque no en el comentario. Pimentel dimitió como ministro de trabajo en el último año de la legislatura del gobierno Aznar I, pero no fue sustituido por Amalia Gómez, sino por Aparicio, actual alcalde de Burgos.

14/8/05 21:24  

Publicar un comentario

<< Home